Comentario
A lo largo de cinco siglos, la capital hitita fue desarrollándose y modelando sus edificios y su arte. Pero habida cuenta de la naturaleza del terreno, las técnicas de construcción y la inexistencia de documentos de fundación o ladrillos estampillados, tal y como señala K. Bittel con ocasión de una comunicación presentada a la Academia de Inscripciones y Bellas Letras de París (1983), los primeros estudios tipológicos estilísticos y cronológicos fueron extraordinariamente difíciles. Hoy, sin embargo, tenemos una imagen bastante ajustada del arte arquitectónico de la nación hitita y, en especial, del último período, el de su madurez. Vamos a detenernos en lo que considero sus creaciones más significativas.
Desde los inicios del Estado hitita, el roquedal inaccesible de Büyükkale estuvo ocupado por la ciudadela fortificada y el palacio real de los príncipes de Hatti. En él vivían, hacían escribir sus cartas y desde allí se ponían en campaña. Pero las dificultades propias de la arqueología hitita hacen que lo que conocemos hoy sea tan sólo el palacio de los últimos cincuenta años, aquél que habitaron Tudhaliya IV -el Rey del Universo como se llegó a titular- y Suppiluliuma II, el último rey de Hatti.
El palacio-ciudadela estaba cercado por una gran muralla que coronaba en óvalo la cota militar más alta de la pendiente. Tres puertas fortificadas, unas veintidós torres avanzadas y gruesos muros de piedra hacían del palacio real hitita el conjunto palatino mejor defendido de la época en todo el Oriente. Hasta las experiencias urartias del I milenio no volveremos a encontrar nada parecido. Las puertas del complejo parecen haber sido las dos abiertas al Sur, las cuales culminaban una rampa de fuerte pendiente. Por ellas se accedía a sendos espacios abiertos que antecedían a los patios inferior y medio. No deja de ser significativo que el conjunto, en su aparente desarrollo, presente de hecho tres patios escalonados y porticados con pilares cuadrados que conducen, como escribe K. Bittel, de la zona de recepción -patio inferior- a la de honor -patio medio con los edificios A y D- y finalmente a la parte privada de la casa -patio superior-. Entre todos los edificios que un día llenaron la colina, de los que apenas sí quedan hoy los cimientos y parte de los zócalos, conviene destacar al curioso edificio A que, en palabras de E. Akurgal, es la más antigua biblioteca específicamente construida para tal fin. Constaba de un largo vestíbulo sostenido por cinco pilares, cuatro habitaciones alargadas cuyo techo era soportado por dobles filas de pies derechos asentados en basas de caliza y, a la izquierda, por una escalera lateral que comunicaba con el piso superior.
Según R. Naumann, los edificios B y C, situados en el rincón norte del patio inferior, debieron servir como alojamiento del cuerpo de guardia y como santuario a una divinidad ignorada respectivamente. K. Bittel, por su parte, destaca los edificios E y F, erigidos en zonas despejadas y vinculados probablemente con la vida cotidiana de la familia real. Desde sus pisos altos debía dominarse una maravillosa perspectiva sobre toda la ciudad. En el campo de la teoría arquitectónica, sin embargo, el edificio E serviría de base a la hipótesis del origen hitita para el bit hilani. El bit hilani fue un pequeño palacio formado por un pórtico y salas alargadas, muy propio de la Siria del I milenio. Según K. Bittel, el origen hitita de dicho trazado encontraría confirmación en su reconstrucción del edificio E. Su teoría fue severa y, en mi opinión, correctamente contestada por A. Frankfort en su estudio monográfico sobre el particular (1952), con argumentos muy plausibles, adscribiendo sus verdaderos orígenes a la Siria del Bronce Medio. E. Akurgal estimaba que si bien no imposible, lo cierto era que el estado de las ruinas no permitía matizar los elementos decisivos. Tras otros juicios diversos, J. Margueron ha considerado confirmada la primera hipótesis -sin fundamento según creo- por su hallazgo de Emar que, como el de K. Bittel, entiendo se ha reconstruido de un modo forzado.
En lo que sí están todos de acuerdo es en destacar el papel principal jugado por el gran edificio D, dotado de dos plantas, numerosos ventanales y una entrada monumental desde el patio medio. Se trata de un cuadrado de 40 x 50 m según K. Bittel -39 x 48 m según E. Akurgal-, el mayor edificio por tanto de la ciudadela. Su planta baja, donde se hallaron numerosas bullae, sirvió como almacén. En los muros de sus largas estancias apoyaban los veinte pilares cuadrados de la sala superior. Esta gran sala, por la supuesta altura de sus pilares y su clara iluminación, debió ser el salón del trono y de audiencias oficiales del gran rey. Su magnífica arquitectura parece, en opinión de K. Bittel, un lejano antecedente de las salas reales de Urartu y las apadanas persas.
E. Akurgal destaca también el edificio G, abierto al patio inferior. Sus ortostatos de granito y caliza, la decoración de sus muros, el pórtico integrado y las grandes salas con pilar sugieren otra construcción de especial relieve cuyo destino se relaciona, acaso, con el estanque situado entre este edificio y la muralla.
Tras el complejo real, los edificios más importantes de cualquier ciudad antigua eran los templos de los dioses. Y Hattusa no era ninguna excepción. Esbozadas ya las características esenciales del plano-tipo del templo hitita, creo que bastará centrarnos en uno, el principal -dedicado probablemente al Dios de las Tormentas y a la Diosa Solar de Arinna-, pues éste compendia y mejora lo que los seis restantes conocidos -descartando por su fuerte vinculación siria, los hallados en Emar- aportan hasta hoy.
El gran templo I, rodeado acaso por el muro de un amplio témenos que compartía sectores de las primitivas murallas de la ciudad baja, es el mayor complejo religioso hitita conocido. Dejando aparte el conjunto situado al suroeste de la gran vía central; dedicado a almacén y otras dependencias, el templo en sí se edificó sobre una plataforma de piedra de 137 x 100 m. Con su principal acceso situado al noroeste, rodeado por un anillo de largas habitaciones de dos plantas dedicadas a archivos -en los que se encontraron documentos valiosos, como tratados internacionales- y almacenes -con enormes tinajas semejantes a las halladas en Creta y Micenas-, y aislado por un pavimento de enormes losas de piedra, se levantaba el verdadero templo. La puerta, cuyo umbral forma todavía un gigantesco monolito, daba acceso por un pequeño vestíbulo al patio central. En su rincón noroeste, un pabellón para las abluciones rituales y al fondo, tras un pórtico de cinco pilares, las cellae de los dioses y distintas habitaciones relacionadas. Según K. Bittel, la construcción del templo sobre una plataforma, las gigantescas piedras utilizadas en muchos sectores del zócalo y los umbrales, coronado todo por altos muros enlucidos, debió dar cuerpo a un conjunto no menos impresionante que el constituido por el palacio real.
Al hablar de la arquitectura religiosa, forzoso es detenerse en el santuario de Yazilikaya, situado extramuros, a 2 km al noroeste. Nos hallamos ante un temprano ejemplo de integración entre naturaleza y arquitectura que aprovecha, de un modo maravilloso, las condiciones del lugar, las creencias y los misterios rituales inmersos en un programa. Es un templo y acaso, simultáneamente, el columbario de las cenizas del rey Tudhaliya que, según veremos, aparece representado dos veces. Una doble entrada conducía a un patio desde el que, por un acceso lateral, se penetraba en el espacio rocoso y las gargantas con dioses esculpidos en relieve. La arquitectura es, en buena medida, la misma de los demás templos, aunque la comunión con la naturaleza y las rocas -en la esencia del pensamiento religioso de los hititas- presta a Yazilikaya un valor sin paralelo conocido.
A la gran época de la arquitectura hitita corresponde también el estado final del más perfecto conjunto fortificado de la historia de Anatolia, las murallas de Hattusa. El complejo defensivo de la capital hitita cumplía ya, miles de años antes, los efectos que Karl von Clausewitz exigiría en las plazas fuertes: la protección eficaz del lugar con todo lo que en él se contiene y la capacidad de influir decisivamente en el exterior situado más allá del alcance de sus muros. El recinto primero estuvo formado por la ciudadela y los muros de la ciudad inferior. Su sistema de construcción será a través de poderosos bloques de piedra como basamento de una gruesa muralla almenada de adobe. Cada 30 m más o menos se levantaban fuertes torres. Especialmente fortificadas aparecían las puertas, cerradas por dobles hojas recubiertas de bronce. Bajo los muros de la ciudad inferior, nueve corredores construidos con piedras debieron servir para recoger con rapidez y en su caso a las tropas propias desplegadas ante los muros, o para organizar salidas contra los atacantes. Según K. Bittel, la gran ampliación al sur, posterior al 1400 y que llevó las defensas meridionales a casi un kilómetro de distancia, si bien mantuvo la técnica habitual, cambió en cierto modo algo de la concepción primitiva. El punto más fuerte de la ampliación que hizo doble el recinto amurallado, se apoyaba en un gran terraplén y glacis coronado por la puerta de las esfinges. Se trata del célebre Yerkapi, un gigantesco glacis empedrado, con fuerte pendiente, dotado con dos grandes escaleras laterales y recorrido por debajo por el gran pasadizo de la poterna.
La práctica de campo sigue aportando novedades importantes a la hititología. Dos de ellas, el palacio de Masathöyük y la ciudad de Astata, merecen un comentario. En fechas no muy lejanas, en el limes hitita que cubría el norte contra las eternas invasiones de los pueblos pónticos, Tahsin Özgüç descubrió un palacio provincial destruido, violentamente, en torno al 1400. Este dato es muy importante, porque indica que el proyecto respondería a la fase anterior al último estado del conjunto real de Büyükkale. Si ello es así, el valor del palacio hallado en Masathöyük, ya de por sí enorme por sus archivos y el papel desempeñado, se realza aún más desde el punto de vista arquitectónico. Como es habitual, los arqueólogos turcos encontraron sólo la parte baja de los zócalos y cimientos en piedra de un sector del edificio, levantado con la tradicional combinación de aquélla con el adobe y la madera. Lo documentado se limita a los lados Norte y Este de un patio porticado -carácter que se afirma así como una tradición propia de la arquitectura hitita- de 41 x 36 m, y al que como en Büyükkale, se abren salas que no parecen responder a un proyecto unitario. Unas sirvieron como archivo -el mayor y único archivo específicamente hitita hallado fuera de la ciudad, pues el de Emar es mixto-, otras como almacén y el resto como habitación. Sus muros interiores presentaban un revoco cremoso o blancuzco y, en algunos lugares, una elemental decoración geométrica pintada en rojo.
Mucho más lejos, al otro lado de Taurus, la fortuna llevó al hallazgo de un lugar que nos ha permitido conocer, según vimos, la capacidad de los arquitectos hititas para realizar un proyecto urbano global que precisaba, además, la solución de graves problemas estructurales. No vamos pues a volver sobre ello, pero sí referirnos a la arquitectura palacial. Porque J. Margueron ha defendido en su descubrimiento la confirmación del origen hitita del bit hilani. En efecto, en el punto más septentrional y alto de la colina, los investigadores franceses encontraron los restos de un pequeño palacio y sus archivos, con cerca de mil números de inventario.
La planta que J. Margueron propone en sus comunicaciones es ciertamente la de un bit hilani, aunque la existencia de un pórtico de columnas, como el propio autor admite, sea indemostrable. Los argumentos esgrimidos, en fin, tampoco parecen justificar una reconstrucción en la línea por él sugerida. No obstante, la técnica de construcción de palacios, el aprovechamiento del relleno y su situación casi como nido de águilas, es puramente hitita.
Como sugiere J. G. Macqueen, es inevitable que cuando comparamos el arte hitita con el producido en la misma época por sus vecinos -y en especial con las obras de Amarna o la pinturas de Creta- se produzca una cierta desilusión. Porque no parece ajustado que de la gran potencia anatólica, cuyas raíces se hunden en tan larga y rica tradición, apenas si queden obras de naturaleza semejante. Verdad es que las características de la arquitectura hitita y la evolución sufrida por las ruinas de sus ciudades tras el 1200 a. C. explican de algún modo la parquedad del legado de su cultura natural. Y no menos cierto es que el altorrelieve de la puerta del rey en Hattusa o los rytha de plata conservadas en la colección N. Schimmel, en nada desmerecen del mejor arte contemporáneo. Puede que sólo la mala fortuna nos esté distorsionando lo que acaso fue una realidad restringida, eso sí, pero no menos auténtica: la madurez final del arte de la antigua Anatolia. Y no pocos indicios parecen avalarlo así.